Una doncella de humilde llamada
Aracne. Sus padres eran tintoreros en púrpura y pobres. La doncella superaba,
en habilidad y ligereza, a todos los tejedores mortales. Las ninfas acudían a
la humilde cabaña de la joven para admirar su trabajo. Arte y pobreza. Tanto si
Aracne devanaba la lana bruta como si la estriaba en hebras finas, hubiérase
dicho que la mismo Palas Atenea la había enseñado, pero no era así.
Atenea escuchaba sus jactancias
con disgusto, y empuñando un báculo con mano marchita, presentó se en la cabaña
de Aracne y le dijo:
“No todo son males en la vejez,
con los años crece la experiencia. Así que no desprecies mi consejo. Entre los
mortales, procura ganar fama de ser la mejor tejedora. Pídele perdón por tus
palabras temerarias y ella perdonará gustosa a la arrepentida. “
Aracne dejó caer de sus manos la
hebra y replicó con voz que temblaba de ira:
“ Eres necia, anciana. No es bueno
vivir demasiado. Ve a predicar esas sandeces a tu hija, yo no necesito de tus
consejos y desprecio tus amonestaciones.”
Aquellas palabras pusieron fin a
la paciencia de la diosa.
Las ninfas y las mujeres lidias
que se encontraban presentes cayeron de hinojos a los pies de la divinidad;
sólo Aracne se mantuvo impasible, pero la joven permaneció obstinada en su
resolución. La hija de Zeus, cesando en sus advertencias, aceptó el reto. Colocaron
una y otra el telar en sitio distinto y se pusieron a mover con brío las hábiles
manos.
Atenea bordo la peña de la
ciudadela ateniense y su disputa con Poseidón por la posesión del país. Doce
dioses, con Zeus en el centro, aparecían sentados. Más allá estaba la propia diosa,
armada con lanza y escudo. Así bordaba Atenea su propia victoria. Pero en las
cuatro esquinas ponía otros tantos ejemplos del humano orgullo que, tenía
triste fin. Se veía a rey tracio Hemo con su esposa Ródope, y fueron
convertidos en encumbradas montañas, vencida por Hera, se transformaba en
grulla y luchaba contra sus propios hijos; finalmente, Atenea reprodujo a
Ciniras llorando el destino de sus hijas que, provocaron la cólera de Hera y
fueron transformadas en gradas de piedra delante de su templo. Todas estas
escenas bordó en su tapíz Atenea.
Aracne en todas las figuras de su
tela trataba de hacer mofa de los dioses, especialmente de Zeus. Todo esto lo
rodeó de un marco de yedra con flores entretejidas, y una vez hubo terminado su
obra, la misma Atenea no encontró nada que reprochar en el arete de la
doncella; únicamente la ofendió el sentido impío que se desprendía de sus
cuadros. Por esto desgarró con gesto airado las insolentes escenas y con la
lanzadera, golpeó por tres veces la frente de la orgullosa muchacha. La
desgraciada no pudo resistirlo, ató se un dogal al cuello. Colgaba ya del techo
convulsamente cuando la diosa la libro del nudo asfixiante, diciéndole:
“-Vive osada” ¡Y sea éste el
castigo de tu descendencia, hasta la última generación!