Acteón era hijo del dios cazador Aristeo y de Autónoe, hija de Cadmo. El sabio centauro Quirón lo educó e hizo de él un vigoroso cazador. La montería en valles y montes era su mayor placer. En una jornada de caza, al mediodía, convocó Acteón a sus camaradas y les dijo:< La jornada nos ha dado suficiente botín; descansemos un rato a la sombra>. Así diciendo se adentró en el bosque buscando un lugar fresco donde mitigar el ardor del
mediodía y fortalecer los cansados miembros.
A poca distancia había un valle poblado de abetos y cipreses consagrado a Ártemis y, oculta en el valle, se abría una gruta rodeada de árboles. La roca estaba curvada en artística bóveda como tallada de mano humana, pero toda ella era obra de la Naturaleza. A pocos pasos se oía el susurro de una fuente cuyas aguas, bordeadas de verde césped, se extendían formando un diminuto lago. Era allí donde Ártemis acudía a bañarse. Las doncellas llenaban de agua las ánforas para rociar con ella a su señora.
La diosa se recreaba en su acostumbrado baño, Acteón se aproximaba con paso despreocupado: un destino fatal le guiaba por el bosque sagrado a la gruta de Ártemis. Ajeno a toda sospecha, contento por haber encontrado un lugar fresco donde reposar. Al ver las ninfas a aquel hombre, se juntaron todas contra la señora con tal de que no se le viera a ésta.Pero la diosa era más alta que ellas, por lo tanto el hombre la vio. Pero la diosa lo roció con agua de la fuente mientras que estaba gritando y según terminaba de caerle el agua por la cabeza este salió despavorido, mientras huía se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en un ciervo, cuando miro un charco. De repente apareció una jauría de perros y salieron detrás de él y lo mataron. Después de aquel horrible fin de Acteón, sus perros echaron de menos a su amo; anduvieron buscándole, hasta que al final llegaron a la gruta de Quirón. Éste había modelado con bronce una estatua del desventurado mozo y al descubrirla se lanzaron sobre el metal y le lamieron manos y pies, mostrando tanta alegría como si verdaderamente hubiesen dado con su verdadero señor.
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